Mara.-
Maestra, ¿crees que algún día llegaré a ser poeta como vos?
Maestra.-
Niña Mara, tú ya eres poeta. Cada cosa que haces posee la belleza
de la poesía y el abrazo del consuelo.
Mara.-
Ya, pero me refiero al arte de escribir versos, de componer poemas,
que la gente escuche y lea y recuerde y resuenen en sus adentros.
Como haces tú por los pueblos.
Maestra.-
Claro que sí, pequeña Mara. El don siempre acude a aquel que lo
pide.
Mara.-
¿Y crees que mi poesía logrará alcanzar la conciencia de las
gentes? ¿Contribuir de algún modo a una paz sincera sin mezquindad?
Maestra.-
Seguro, dulce Mara.
Mara.-
A veces me veo atrapada en la frontera de la palabra y tengo
muchas dudas. Dudo tanto, maestra.
Silencio.
El agua de la orilla sigue mojando los pies de la Maestra y de la
joven Mara.
Mara.-
¿Para qué sirve el arte, maestra?
Maestra.-
Para mojar los pies y que puedan seguir caminando después de un
buen refrigerio.
Mara
sonríe.
Maestra.-
El arte es el equipo perfecto: lo que somos y adónde nos dirigimos.
Lo que fuimos y lo que, de un modo u otro, permanecerá cuando nos
hayamos ido.
Mara.-
Es triste, maestra.
Maestra.-
Querida niña, no es triste, solo es efímero. Como todo lo que
importa en esta vida. Como esa espuma que acaba de mojarnos otra vez
los pies.
Foto Gertrudis Losada 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario